Así que era mi cometido saber qué estaba pasando con los Noiah. Maldición. Desde el momento en que cruzó la puerta, sabía que ese barbudo con trencita no me traería más que problemas. Acepté el caso, uno no le dice que no a los Archivos del 15 así como así, sin librarse de una reprimenda en forma de spam sobre los Noiah y sus mierdas. No, ya tengo suficiente con tener que beber whisky Hacendado. No sé cómo hacen para quitarle el gluten, pero tampoco me paga nadie para averiguarlo.
En fin, mi pista era relativamente fácil. Ir al local, encontrarles, preguntar si todo iba bien, y volver a casa a esperar el cheque. Demasiado fácil. Encontrar el local fue la primera prueba, esta gente entra al local como si se entrara a un aparcamiento. Obtener la información del local en que ensayaban no fue difícil. Invitar a unas rondas, deslizar unos billetes, llevar un cd con himnos infalibles para abrazos roqueros, y escuchar y aprender sobre diecisiete nombres de guitarras, sus años, otros veinte nombres de bajistas imprescindibles, y por qué no debía nunca escucharlos. Casi me dan las 0:00, debía darme prisa.
Conseguida la llave, entré al local, dispuesto a encontrar algún objeto que me solucionase todo. Ya me estaba visualizando en casa, tranquilo, enlazando los videos del youtube que saturaban la servilleta de recomendaciones. Entré. Algún objeto hubiera sido suficiente, pero, ¿nada? Ni uno de sus amplis, ni un miembro durmiendo en el suelo, nada que apareciese en las fotos que conocía. De hecho, todo desplazado y amontonado en el centro del local, como huyendo de un foso, y ese olor a pintura, ¡joder! Salí corriendo, no sin antes devolver la llave, mientras volvía a oír la historia de la gotera del 15… pues claro, ya podía haberme dado yo cuenta… entre tanto nombre de concierto mítico.
La historia se complicaba. Y, para colmo, tenía que investigar. Sí, ya sé que es mi profesión, pero también es mi cruz. Como ahora es más sencillo que nunca saber qué está haciendo nadie, me metí en redes sociales de índole variada y descubrí que estaban grabando nosequé. Saber el nosedónde me resultó un poco más complicado. Por suerte, conocía el bar que frecuentaba alguno de sus gaznates. Allí le descubrí, pero no podía suponer que mi trabajo con ese noiah había terminado. Me limité a sacarle la información que necesitaba. Es difícil atontar un cerebro de músico en un terreno como ese, o, al menos, es difícil atontarlo para que te diga lo que quieres sin añadirle vueltas de más. Sobre todo es difícil porque hay que aguantar el ritmo de un músico, que no es poco.
Tuve que reponerme, me fui a casa a descansar. Al día siguiente, mi cabeza parecía una bola de espejos. ¿Qué demonios bebe esta gente? Varios formatos de medicamento después, me fui directo a la dirección que me habían dado. Era un estudio de grabación, en unos locales de ensayo. Al principio creí que aquel que me había dado la dirección me la había jugado también, pues no era mucho el ladrillo que se veía por allí. Pero, casi entrando a discutir con un tipo embigotado y de exótico acento, logré pasar. No hay puerta blindada que se me resista, y la de este estudio no sería menos. Nada como atizarle con una papelera de pasillo. De ésta no hacían más que caer envoltorios de bollería industrial y snacks variados. ¿Qué demonios come esta gente?
Conseguí entrar. Y, conmigo, entro mi decepción. La habitación, vacía, no tenía más que algún resto por el suelo, y unas letras que formaban una palabra en la puerta. Lo apunté. Sin mucha guía, volví al local de los noiah, dispuesto a dejarme emborrachar por mis más recientes mejores amigos. Mi sorpresa iba a ser algo más que no acordarme de sus nombres. Allí, en la misma barra a la que me dirigía, charlando con el camarero, estaban los cinco componentes de los Noiah. Acojonante. Lo más recto que pude comencé el interrogatorio, dónde estaban , dónde habían estado, qué habían estado haciendo… antes de la primera respuesta, me invitaron a su local.
Allí, me explicaron cómo se habían llevado los trastos al estudio, y cómo había que traerlos de vuelta cuando no se grababa, pues tirarse toda una grabación de corrido era algo de documental. Y cómo les dolía la espalda. Oí cosas de distorsiones, cebolla, patada en la boca, truff, zumba, y mucha jerga para la que aún me faltaban sesiones de barra para estar preparado. Todo lo apunté, y, pidiendo consentimiento, les pedí volver para poder terminar mi misión. No obstaculizaron. En esas siguientes sesiones, pude oír cosas como mezcla, máster, acústico, ampli de bajo, presentación, diseño…. planes y más que planes. Y pude oír algunos temas. Y aún me pitan los oídos. El último día que me acerqué por allí, con toda la información que necesitaba ya recopilada, recordé el papel con la palabra que no les había llegado a preguntar tras aquel infructífero día de visita al estudio. Con permiso, les pregunté: «Una última cosa, ¿qué es eso de popfesionario?«.